El concierto para violín de Mendelssohn nació de una larga y honda amistad entre él y Ferdinand David, un violinista que conocía desde su adolescencia. En repetidas ocasiones, David había pedido a Mendelssohn un concierto, pero éste fue aplazado una y otra vez debido a los numerosos compromisos del compositor en Leipzig, Berlín y Londres.
Por último, en julio de 1838, Mendelssohn escribió a David: ‘Me gustaría escribirte un concierto para violín para el próximo invierno. Uno en mí menor me da vueltas en la cabeza, cuyo comienzo no me da paz’. David era el concertino de Mendelssohn en la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, y compartían un profundo vínculo espiritual y artístico, que el compositor expresó en la misma carta: ‘… Que el cielo nos permita [ ] mantener firme todo aquello que es amado y sagrado en el arte, para que no muera’.
Sin embargo, el concierto no vería la luz hasta casi siete años después. Mientras, Mendelssohn iba trabajando. Cuando mostró a David una partitura parcialmente terminada, el violinista exclamó: ‘Esto será grandioso’ y no se equivocó.